Nuestra salud también está en los bosques

21 de Marzo de 2020

La humanidad parece reaccionar y tomar medidas drásticas cuando se trata de su sobrevivencia inmediata. La pandemia del coronavirus (COVID-19) lo deja claro. Nos preocupamos más cuando vemos nuestro futuro inmediato peligrar, y menos cuando se trata de una amenaza a largo plazo, como el cambio climático. Así esta emergencia sanitaria nos recuerda, una vez más, que somos una especie interdependiente de la naturaleza y, como tal, no debemos alterarla, sino protegerla por nuestra propia salud y sobrevivencia. 

Desde las comunidades que habitan en los bosques boreales hasta las de grandes ciudades como Hong Kong, todos guardamos una estrecha relación con la naturaleza. Sin embargo, mediante diversas actividades como la minería, la construcción de infraestructura, la tala ilegal y el tráfico de fauna silvestre, estamos degradando la naturaleza, y fragmentando y dañando irreparablemente los ecosistemas.

Al ser un país de bosques, en Perú dependemos mucho de estos ecosistemas. De hecho, cerca del 60% del territorio —unos 68 millones de hectáreas— son bosques cuya diversidad hace posible la vida en todo nuestro planeta. A pesar de esto, en 2019 se deforestaron 147, 402 hectáreas de bosques en el país, según las Alertas Tempranas de Deforestación del Ministerio del Ambiente. Esto se sumaría a las 2,284,888 hectáreas que se han perdido desde 2001 a 2018, de acuerdo con la plataforma de monitoreo GeoBosques del mismo ministerio. 

Esto conlleva no solamente a la destrucción de la biodiversidad, sino a situaciones de conflicto mucho más complejas y difíciles de resolver, tales como jaguares irrumpiendo espacios que no son su hábitat por falta de alimento, o el tráfico ilícito de fauna silvestre que actúa como vector de enfermedades que luego se trasladan a los humanos, como ya hemos visto en los últimos años y recientemente con el brote del COVID-19.

Aunque parezca que esa es nuestra relación con la naturaleza, sí existen comunidades que la respetan, conservando y haciendo posible que se mantenga en condiciones saludables. La respuesta a nuestra salud global está, entonces, también en esos esfuerzos por conservar la naturaleza.

Para frenar estas alteraciones y crear resiliencia ante el cambio climático —amenaza latente a nuestra especie— tenemos que volver nuestra mirada hacia esos territorios. Esa mirada plantea un proceso de construcción social partiendo de las personas y su interrelación con su entorno, impulsado de manera colectiva a través del potencial económico, sociopolítico, cultural y ambiental. Esto se refuerza sobretodo si consideramos que muchas veces en aquellos territorios donde existe la mayor riqueza forestal del país, como Loreto, Ucayali y Madre de Dios, los Índices de Desarrollo Humano (IDH) continúan siendo los bajos a nivel nacional. 

Es seguro que después del COVID-19 habrá un antes y un después. Ya lo estamos viendo, por ejemplo, en China que en febrero logró una reducción de un cuarto de sus emisiones de CO2 según CarbonBrief. Si algo positivo, por tanto, nos viene dejando esta pandemia es la capacidad de reimaginar y enfocar nuestro futuro. Un futuro donde miremos hacia las comunidades que están conservando la naturaleza, comprendamos sus dinámicas y adoptemos sus ejemplos de desarrollo más acordes a la naturaleza de la que tanto dependemos, por nuestra propia salud y existencia.