¿Nuestro bienestar se relaciona con la salud de los bosques?

20 de Marzo de 2019

Heidi Rubio Torgler
Especialista de áreas de conservación
Proyecto Amazonia Resiliente (SERNANP-PNUD)

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Cada día algo sencillo nos da felicidad. Pensemos, ¿qué nos hace felices todos los días? Esta pregunta la he hecho durante más de un año a diversas personas de cuatro regiones de la Amazonía peruana. La mayoría al pensar de qué depende su felicidad, llegó a la conclusión de que la base de su felicidad viene de la naturaleza, de diversos ecosistemas como los glaciares, la puna, los bosques de yungas o alto andinos y los bosques amazónicos.

¡Un café todas las mañanas me da felicidad! Pero, ¿de qué depende que pueda tomar ese café? Del agua, del suelo, de la polinización para que existan los frutos, del trabajo de la gente que vive en los valles interandinos, los bosques de yungas o alto andinos, es decir, mi felicidad depende de unos 3 ecosistemas, y de mujeres y hombres que hacen posible la producción de café. A las más de 500 personas entrevistadas, les brillaron los ojos al reflexionar sobre esto. Claro, lo sabían, pero no lo habían verbalizado, analizado.

Nuestro bienestar depende de los servicios ecosistémicos que nos brinda la naturaleza, más de lo que nos imaginamos. Gracias a ellos tenemos suelos ricos, funcionan los ciclos del carbono, del nitrógeno y del agua, es decir las bases para que la vida exista en el planeta.  Los procesos ecológicos hacen posible la captación de carbono, la purificación del agua, la dispersión de semillas, la polinización, y otros procesos que ayudan a la regulación de las funciones de los ecosistemas. Los servicios de provisión o suministro aportan beneficios directos a la gente como el agua, la carne, los frutos, semillas, leña, medicinas. Por último, y no menos importante, están los servicios ecosistémicos de carácter cultural que aportan a la construcción de las cosmovisiones y expresiones culturales. Las culturas se construyen a partir de la relación del ser humano con la naturaleza y no son estáticas, responden a los cambios no solo económicos y políticos sino también ambientales.

Entre estos ecosistemas destacan los bosques, ofreciéndonos múltiples servicios ecosistémicos. Entonces, ¿qué pasaría si desaparecen? Perdemos recursos como el suelo que son la base para la agricultura, la ganadería, perdemos agua y calidad de aire que son la base para la vida en el planeta. También perdemos suministros como la madera, alimentos como peces, mamíferos, aves e insectos. Esto último no es poco pues sin insectos perdemos polinizadores como las abejas y con ellas más del 75% de los cultivos más importantes del mundo que son clave para nuestro alimentación.

¿Por qué conservar los bosques? No solo porque la vida en sí misma de las diversas especies de animales y plantas en el mundo es importante, sino porque el bienestar de un gran porcentaje de las personas en el planeta depende de la salud de los bosques. Mucho sabemos sobre el carbono, el agua, la polinización que nos preocupa, pero ¿qué hay del suelo y el aire?

Actualmente nos preocupa la pérdida generalizada de bosques, no solo los amazónicos sino los bosques secos, los andinos y otros en el mundo. ¿Cómo minimizar los cambios negativos asociados al clima y cómo prepararnos para enfrentarlos cuando inevitablemente llegan? La solución está a nuestro alcance. 

Aumentar la resiliencia es un camino ya que fortalece la capacidad de respuesta para resistir o recuperarse frente a impactos de diferente clase, por ejemplo, el aumento de temperatura, la extinción de especies, entre otros.

Precisamente, ese es el camino que emprendimos con Amazonía Resiliente, un proyecto implementado por el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SERNANP) del Ministerio del Ambiente y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) con el financiamiento de Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF). Se busca un trabajo coordinado entre el gobierno y las instituciones públicas y privadas en dos paisajes en la Amazonía peruana que comprenden alrededor de 17 millones de hectáreas donde existen áreas naturales protegidas (ANP), otras áreas de conservación y zonas con diferentes usos productivos.

Con Amazonía Resiliente, y con otras iniciativas de planificación territorial y de desarrollo, enfrentamos el reto de articular los servicios ecosistémicos como pilares para el desarrollo local y de generar estrategias para lograr una gestión resiliente.

Esta simple reflexión comenzando con nuestra felicidad nos lleva a la inevitable conclusión de que los bosques en el mundo no solo son importantes para conservar la vida silvestre en el planeta, sino que son la base del bienestar, no sólo de quienes viven en la Amazonia, en las montañas, sino también de quienes vivimos en las zonas urbanas que, por cierto, somos la mayoría. Por esta razón, una gestión resiliente de los bosques es indispensable para evitar la pérdida de los servicios ecosistémicos que estos brindan y, con ello, evitar el deterioro de nuestra calidad de vida.